Las invasiones y las conquistas no llegan en carabelas…
Hoy son más sutiles, aunque no menos perversas.
Y, al igual que entonces, espada y cruz se unen
para santificar la explotación, el saqueo y la muerte.
Los espejitos de colores seducen a los incautos
que entregan su dignidad a cambio de promesas vacías.
Las enfermedades de siempre: la ambición, el egoísmo,
la insolidaridad, la hipocresía, la soberbia,
se esparcen destruyendo la cultura y la esperanza,
sometiéndolo todo al nuevo orden que esclaviza
los sueños y cualquier posibilidad de un buen vivir.
Se rinden los futuros posibles a los dioses del consumo
que reparten generosamente sus miserias y exclusiones.
Sonríen siniestros los virreyes y las virreinas del odio,
que miran impunes a sus amos nortes,
ofreciéndoles el sacrificio de las vidas rotas,
de las tierras arrasadas, de los ríos privatizados,
de las acciones en alza, al igual que el hambre.
Pero, mientras los vasallos del Mammon
pasean con descaro su opulencia
ante la mirada complaciente
de las conciencias colonizadas,
aún hay sangre libre, aún hay pueblo con memoria,
aún hay corazones no doblegados,
aún hay evangelios que no se han pervertido,
aún hay caminos posibles
hacia el mundo que nos debemos:
mundo justo e inclusivo, diverso y amplio,
casa grande de mesa abundante
donde todos y todas seremos abrazados
por la dignidad y la plenitud.
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