CREDO PARA LLEVAR EN LA MOCHILA
(Lucas 8:26-39)
Por Dan González-Ortega
Creo en Dios, Divina presencia que cruza las fronteras, que no teme las regiones de la muerte ni los cementerios del olvido, el Dios que busca a las personas desterradas y nombra a quienes no tienen nombre, El que escucha los gritos de quienes habitan entre tumbas y ruinas.
Creo en Jesucristo, su Hijo amado, que se acercó a la tierra extranjera de Gerasa, no para juzgar, sino para liberar; que miró a la humanidad encadenada, desnuda, humillada, y le devolvió su nombre, su rostro, su dignidad. Creo en el Cristo que se hace compañero de las personas que migran, de las desplazadas por el miedo, el hambre y la violencia, y que les dice: «Vuelve a casa, cuenta lo que Dios ha hecho por ti», aunque la tierra prometida aún quede lejos, aunque la casa parezca perdida.
Creo en el Espíritu Santo, la “Ruaj” Divina, viento libre que sopla donde quiere, que rompe grilletes de odio y abre sendas en el desierto, que consuela a las familias separadas, da valor a quienes huyen, y sostiene los pasos de quienes cruzan fronteras con el corazón temblando.
Creo en la Iglesia peregrina, cuerpo de caminantes, que no teme ensuciarse los pies en los caminos de la historia, que no levanta muros ni cierra puertas, sino que extiende mesas en medio del exilio y anuncia libertad en tierra de sombra.
Creo en la esperanza que no muere, en la palabra que restaura la vida, en la promesa de un Reino sin miedo, sin cadenas, sin muerte; incluso cuando el riesgo de la deportación amenaza con arrancar de raíz los sueños, separa familias y levanta fronteras de injusticia. Aun allí, Dios está presente, sosteniendo la dignidad de cada ser humano, recordando que nadie es ilegal ante sus ojos, que toda vida tiene valor y futuro. Amén
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.