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(Un intento de salmo para este tiempo)
La gracia de Dios nos guía,
nada nos falta ni nos faltará.
Nos invita a lugares de descanso y de cuidado
y a beber del agua de la confianza.
Renueva nuestras fuerzas
para no abandonar el camino de la solidaridad,
porque es allí, en la empatía, que honramos su nombre.
Aunque pasemos por calles contaminadas
y lugares de posibles contagios
no temeremos peligro alguno,
porque tú, divina presencia, mantienes la distancia prudente
entre la ternura y el respeto
y eso nos inspira serenidad y confianza.
Volveremos a compartir la mesa, el banquete, la fiesta,
ante la mirada atónita del imperio de los virus
y de cualquier imperio que proponga muerte y exclusión.
Volveremos a sentir el perfume de la hermandad
en el beso y en el abrazo y en los encuentros.
Llenaremos las copas hasta que rebalsen
para brindar por los mundos nuevos,
despojados ya de su avaricia y de su sed de poder,
más conscientes de ser familia, pueblo, humanidad.
Tu bondad y tu amor nos acompañarán
cada hora de cada jornada
hasta que sepamos hacer de esta tierra tuya
una casa en la que podamos vivir todos, todas, todes,
con salud, plenitud, dignidad,
pan, techo, trabajo y justicia,
por siempre.
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