Y El entró a Jerusalén.
Todo era fiesta,
las voces y los gritos:
¡Hossana, hossana!
que caían sobre su nombre;
las palmas y los mantos:
un tapete de euforia extendida,
manos, cuerpos, corazones.
Era el hombre del día.
Respiró la falsedad de los gigantes,
enfurecidos,
y de los pequeños,
enternecidos,
(¿las apariencias engañan?)
Observó
máscaras de todos los siglos.
El aire enrarecido
se iba oxidando,
cargado
por simulaciones,
salvado
por la fe sencilla.
Percibió el amor y la mentira;
sin embargo,
disfrutó el momento:
“Hoy, es mi día de fiesta,
¡Celebremos!”
Rebeca Montemayor López
Pascua 2020
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