Frutos
(Gerardo Oberman, Argentina)
“En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto…”
(Juan 15:8)
Dar frutos no es una opción.
Los frutos de la vida de quien sigue a Jesús
son una extensión de la gloria de Dios.
Pero hay quienes se creen fieles a Dios
asumiendo actitudes que están en las antípodas
de las buenas nuevas anunciadas
por el maestro de Nazareth.
No da frutos agradables a Dios
quien sostiene con soberbia su verdad,
quien señala, acusador, lo diferente,
quien margina o excluye lo distinto,
quien juzga peligroso lo nuevo,
quien se escandaliza por lo diverso,
quien condena a partir de sus miedos,
quien se esconde en supuestas santidades
o se refugia en ingenuos fundamentalismos.
No, desde allí jamás saldrán frutos buenos,
porque desde el odio sólo puede nacer más odio
y desde el temor, solamente más temores.
Los frutos buenos, los frutos luminosos,
aquellos que agradan a quien recordó al profeta,
diciendo: “misericordia quiero…”,
son aquellos que nacen y se sostienen en el amor,
aquellos que encuentran su raíz
en la gracia y en la compasión,
y que se manifiestan
en cada gesto de cariño hacia las víctimas de exclusiones,
en cada palabra sincera a quienes son calumniados,
en cada mirada transparente a quienes son ignorados,
en toda obra de justicia hacia los menos,
en todo compromiso con la vida plena,
en el abrazo solidario a lo más vulnerable y frágil,
en la compasión por quien sufre discriminación y desprecio,
en la mano abierta a quien necesita,
en al camino compartido con todas las diversidades,
en las búsquedas comunes por inclusión y respeto,
en las luchas por la comprensión y la tolerancia,
en los esfuerzos por la convivencia armoniosa.
¡Cuánta falta aún tenemos
de estos frutos de amor!
Gerardo Oberman
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.