Sorpréndenos, Espíritu,
una vez más, este Pentecostés.
Hazte presente en los aposentos altos
donde los miedos vencen los compromisos
con la vida plena que debemos honrar,
donde la calidez de la comodidad
le gana la pulseada al desafío
de anunciar el evangelio
que libera y sana.
Que se note el estruendo de tu presencia,
que nos “haga ruido” en el alma
y nos evoque los sonidos olvidados de
la solidaridad y la empatía,
la misericordia y la compasión,
la gracia y el perdón.
Sorpréndenos y sacúdenos, Espíritu.
Irrumpe como viento fuerte,
metete en los templos que se han encerrado,
vuela las liturgias frías,
rompe los ritos enmohecidos,
dale vida a la fe de tu pueblo dormido,
danos la música que nos haga bailar
al ritmo de los proyectos que salvan.
Conmuévenos las entrañas
ante el sufrimiento y ante lo injusto.
Límpianos los ojos que se han cegado al dolor
y a las heridas de tantas personas
en nuestro mundo quebrado
por la ambición y los egoísmos
de un sistema
que solo trae muerte y desolación.
Desempólvanos el alma insensible,
quítanos el velo que nos aísla
de las necesidades de tu pueblo.
Quiebra los muros que algunos construyen
para mantener sus privilegios
que excluyen a tantos y tantas.
Abre rumbos hacia la inclusión,
abraza a quienes el sistema desabraza,
bendice a quienes los poderosos maldicen,
renueva los cansancios de quienes
ya no tienen fuerzas para seguir luchando,
seguir esperando, seguir huyendo…
Espíritu hermana,
compañera de fuego, apasionada luz,
subversiva presencia de la divinidad
en medio del pueblo,
no vengas en palomas blancas
ni en lengüitas color naranja.
Ven como llama encendida
a darle lumbre a un amor que sirva,
para que amanezca la esperanza.
Gerardo Oberman
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